Llevo 2 semanas sin abrir el Carroll. ¿La razón? No importa. La consecuencia de ello es que mi nivel de Física ha disminuido un poco. Lo recién aprendido no tarda en erosionarse si uno no lo aplica diariamente. Y lo del Carroll tiene difícil aplicación en la vida diaria, así que en esta entrada voy a hablar de otra cosa.
Como ahora no puedo entrenar porque tengo una lesión, salgo a dar paseos por las tardes. La escena no suele tener nada de especial: alguien cualquiera paseando por un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera. Lo cierto es que dar una vuelta por mi barrio un lunes o un martes otoñal me genera un placer extraño, como de conexión con el entorno. Algunas personas suelen irse a grandes parajes naturales como Denali o el Massai Mara para conectarse con el universo, pero a mí esos lugares me resultan tan aterradores y extraños como un agujero negro o un cuásar. Soy un urbanita y, cuanto más cotidiana, entresemanal y aburrida es la escena, más acogedora me resulta: un tipo paseando al perro, un coche aparcando, el escaparate mal iluminado de una ferretería…
Podría pasar horas andando sin rumbo por ciudades, no por las principales avenidas llenas de gente con prisa y grandes tiendas, sino por barrios normales como en el que vivo. Me paro, observo un balcón cualquiera y pienso ¿quién coño vivirá ahí? ¿A cuántos grados de separación estoy de esa persona? ¿Habremos hablado alguna vez? Sería interesante conocer todas esas estadísticas y posiblemente revelarían datos curiosos, como, por ejemplo, que en una ciudad mediana el 90% de la población está a 3 grados de separación o que esa chica que ahora está aparcando su moto se sentó a tu lado hace un par de años en el autobús. Me imagino un HUD encima de la cabeza de cada persona con estadísticas en tiempo real sobre cualquier cosa.
En estos paseos intrascendentes, a veces ocurren cosas que se alejan de lo previsible (sucesos con desviaciones de varias sigmas como dicen los científicos). Estos acontecimientos, a pesar de su excepcionalidad, conservan los ingredientes sencillos y cotidianos del entorno, pero con una disposición específica que les da un significado brutal. Hace un par de días, en uno de estos paseos, ocurrió algo así. Los ingredientes de aquella escena eran tres: un cruce aparentemente inofensivo, un bolardo cualquiera y un ramo de flores atado a él. No hace falta decir nada más para entender lo que había sucedio ahí. La imagen me pilló desprevenido y fue como una hostia seca. Un misilazo mental. Me imaginé a una pobre madre atando ese ramo al bolardo tras perder a un hijo ahí pocos días antes.
Es cierto que no es tan raro ver flores en lugares donde han ocurrido desgracias, pero suelen ser zonas en las que se circula rápido o hay curvas traicioneras. ¿Pero en ese cruce? No me jodas, si los coches van a 20 por hora. Volví a casa pensando en la seguridad de la zona media en la que discurre casi toda nuestra vida, y que las ciudades tranquilas, aparentes refugios, pueden ser tan extrañas como Denali o un cuásar: lugares donde estamos a 2 o 3 grados de separación de cualquiera y a no muchas más sigmas de la fortuna o el desastre.