Mis propósitos para el curso lectivo (infame término) que comienza son los siguientes en orden de prioridad:
- Conseguir un nivel de matemáticas que me permita comprender a fondo la teoría de la relatividad general y algo de cuántica básica (dificultad: alta)
- Algunos objetivos deportivos que no vienen al caso (Hyrox y atletismo) (dificultad: variable).
- Leer un libro cada dos semanas (dificultad: muy alta, demasiadas distracciones de mierda en la época que me ha tocado vivir).
- Ser menos perfeccionista (dificultad:
altaextrema). - Buscar trabajo estable [dificultad: estratosférica (nivel: prefiero no hablar de ello)].
Tengo intención de hacer una entrada con cada objetivo de esa lista, ya que todo eso ahí junto puede parecer un poco WTF, pero en esta entrada voy a centrarme en el penúltimo ítem: reducir el perfeccionismo.
Comenzaré diciendo que, bajo mi punto de vista, ser perfeccionista es un defecto. El perfeccionismo te hace lento a cambio de poco. La revisión es necesaria para corregir o mejorar cosas, no digo que no, pero enredarse con dos frases casi idénticas y que aportan lo mismo es ineficiente.
Este arrebato me ha venido al ver el retrato que hizo el pintor Antonio López de la familia real española. Tardó 20 años en hacerlo. Tiempo excesivo, según los expertos, y que además se vuelve en contra de la propia obra, ya que es una variable que se tiene en cuenta a la hora de valorarla (yo al menos sí le doy algo de peso). Un perfeccionista debería ocultar que lo es si no quiere que su trabajo se mire con mayor recelo. Por ejemplo, los cuentos de Borges son la hostia, pero algunos tienen 4 páginas y tardaba meses en acabarlos. No digo que valgan menos por eso, pero tampoco suma. Si al genio que clava obras maestras a la primera se le valora más por ello, lo lógico es que ese parámetro también pondere a la inversa.
Volviendo a Antonio López, pongamos que le hubiesen dado un plazo de 5 años para pintar el cuadro, ¿sería una obra de peor calidad artística? ¿Le habría faltado tiempo para terminarla? ¿El rostro de alguna infanta se habría quedado sin pintar? Lo dudo. Me falta información para afirmar que la mejor versión de esa obra está escondida bajo la pintura de trazos innecesarios realizados durante 15 años, pero tengo la tentación de sospecharlo.
La clave para tardar poco y a la vez hacer bien las cosas es no equivocarse mucho a la primera. Esto parece obvio, pero supongamos que la primera versión de un trabajo, el que sea, tiene un 80% de precisión respecto a la versión ultra revisada de ese mismo trabajo (la mejor versión posible que su autor podría hacer). ¿Merece la pena cortar ahí y darle a enviar o publicar? Obviamente no, hacer revisiones para comprobar la ausencia de errores graves y retocar algunas partes es necesario. Esas primeras revisiones pueden subir la precisión inicial hasta, pongamos, un 90% (los porcentajes me los estoy inventando por la cara, pero se entiende el punto).
Ahora bien, llega un momento que uno le ha dado tantas vueltas a su obra que ya va a ciegas y no sabe si, con cada modificación, está mejorando o empeorando la cosa. Ahí es donde en mi opinión hay que cortar. Click, enviar y listo.
Mientras escribo estas líneas, estoy viendo por ahí arriba palabras subrayadas en rojo por el corrector. Voy a repasar rápido el texto y prometo no cambiar ni una coma de algo que no sea una errata. Este será mi acto de iniciación en esta nueva corriente vital llamada imperfeccionismo.
(Reconozco que he editado el texto después de publicarlo. Entre otras cosas, para aumentar la dificultad del penúltimo ítem de la lista de objetivos…)