Reflexiones

Reflexiones

Breves apuntes sobre mi vida académica

A pesar de que logré terminar una carrera técnica con mucho esfuerzo, nunca fui un gran estudiante. Durante mis años de instituto, fui bastante irregular: suspendía poco, iba salvando los muebles y la mayoría de mis notas se situaban entre el 5 y el 7. De vez en cuando, algún examen se desviaba alegremente hacia un 8 o un 9. Para ello, se tenían que dar, en este orden de importancia, tres factores clave: desviación estandar \(\sigma\)  (aka: suerte, potra o moña), que el profesor me que cayese bien y que me interesase algo la asignatura.

Recuerdo en especial a un profesor de Física en bachiller, era tan inútil que me hizo perder cualquier interés por la asignatura durante esos años. La Física es como el fútbol: te puede gustar, pero que sea interesante no depende de uno mismo sino de terceras personas. El de Filosofía, en cambio, era excelente y eso me hizo sacar buenas notas.

Como mi nota en selectividad fue normalucha (6 y algo, creo), elegí una carrera un poco por elegir, sin darle muchas vueltas ni tomarme realmente en serio mi futuro:

\(
\text{Carrera random pero jodida} + \text{estudiante mediocre} = \text{nada puede salir bien}
\)

Durante mis años como estudiante universitario, también hubo un poco de todo. No empecé mal el primer año, lo cual era lo peor que me podía pasar, ya que me llevó a matricularme un segundo año, y, cuando se comenzó a torcer el asunto, la puta carrera ya me tenía atrapado entre sus garras. Me sentía prisionero, como en tierra de nadie: demasiadas asignaturas aprobadas como para abandonar pero con mucho camino todavía por recorrer.

Reconozco que hubo algún curso en el que me toqué los huevos, pero en otros estudiaba como un cabrón, clavaba ejercicios los días previos (¡me lo sabía bien!), pero, por mucho que hubiese estudiado, me acababan traicionando los nervios, entraba en pánico y a veces ni entregaba el examen. Así estuve un par de años. Me acuerdo de dos asignaturas en especial: Hidráulica y Circuitos Eléctricos. Las llevaba dominadísimas y sin embargo eran mi némesis. La forma de aprobar Circuitos fue tan surrealista que merece la pena ser contada.

Coordenadas aproximadas: 05/06/2011 \(\pm 1 \, \text{año}\) , facultad random de alguna universidad random de España:

Publican la nota de Circuitos. Veo un 4.5 a la derecha de mi nombre y asumo que me toca ir a llorar al despacho del dinosaurio de turno. Bueno, no está todo perdido.

Revisión: no rasco el 5 pero el t-rex me manda un trabajo de motores eléctricos para poder aprobar. Salgo contento.

Pasa una semana, vuelvo para entregárselo (80 páginas infumables de copy-paste reglamentario), lo abre y me pregunta algo al azar. Cri-cri. ¿Se ha leído usted su propio trabajo? Le digo que sí, y dice que ni de coña me aprueba, que me va a llamar algún día de esa semana para someterme a un examen oral sobre motores y que ya veríamos si me aprobaba. Dinosaurio cabrón.

Me voy de allí triste, asumiendo que jamás voy a aprobar esa asignatura.

Pasan los días y vivo acojonado esperando la fatídica llamada. Voy a todas partes con el trabajo bajo el brazo y chuletitas de motores trifásicos por todos los bolsillos. Siguen pasando los días pero el móvil no suena. Entro en el campus virtual cada media hora para revisar mi nota: sigue siendo un 4.5. Empiezo a desesperarme.

Una mañana se obra el milagro y aparece un 5* en el expediente (el asterisco significa que el acta no está cerrada, todavía pueden pasar cosas). Empiezo a creer que los bichos del Jurásico también tienen alma. Tras unos días, se cierra definitivamente el expediente y apruebo Circuitos sin recibir la llamada. Ahí empezó a cambiar todo.

Como esa tengo mil anécdotas: aprendí a hackear calculadoras para poder meter PDFs enteros ahí dentro; le ofrecí pasta a uno durante un examen para que me rulase un ejercicio; en otra ocasión, unas ligeras discrepancias sobre una entrega acabaron a gritos con un compañero en medio de clase mientras un tercero rompía a llorar… Quizás algún día haga una entrada con los episodios más inverosímiles.

Como se puede deducir, jamás conseguí adaptarme al mundo académico. Nunca entendí esos exámenes hechos para ir a pillar. Los profesores tienen una clara posición de ventaja sobre los alumnos y aprovecharse de eso para diseñar exámenes llenos de trampas me parece una actitud de mierda. Por otra parte, sería injusto meter a todos en el mismo saco, también hay muchos profesores formidables.

En cualquier caso, el mundo académico y yo nunca tuvimos feeling, me parece un ecosistema un poco cerrado y alejado de la vida real (ombliguista podría ser el término), aunque fue útil para curtirme. Reconozco que alguna vez se me ha pasado por la cabeza matricularme en Física para resarcirme, pero pienso en el pasado y desaparecen rápido las ganas.

Reflexiones

Combatiendo el perfeccionismo

Mis propósitos para el curso lectivo (infame término) que comienza son los siguientes en orden de prioridad:

  • Conseguir un nivel de matemáticas que me permita comprender a fondo la teoría de la relatividad general y algo de cuántica básica (dificultad: alta)
  • Algunos objetivos deportivos que no vienen al caso (Hyrox y atletismo) (dificultad: variable).
  • Leer un libro cada dos semanas (dificultad: muy alta, demasiadas distracciones de mierda en la época que me ha tocado vivir).
  • Ser menos perfeccionista (dificultad: alta extrema).
  • Buscar trabajo estable [dificultad: estratosférica (nivel: prefiero no hablar de ello)].

Tengo intención de hacer una entrada con cada objetivo de esa lista, ya que todo eso ahí junto puede parecer un poco WTF, pero en esta entrada voy a centrarme en el penúltimo ítem: reducir el perfeccionismo.

Comenzaré diciendo que, bajo mi punto de vista, ser perfeccionista es un defecto. El perfeccionismo te hace lento a cambio de poco. La revisión es necesaria para corregir o mejorar cosas, no digo que no, pero enredarse con dos frases casi idénticas y que aportan lo mismo es ineficiente.

Este arrebato me ha venido al ver el retrato que hizo el pintor Antonio López de la familia real española. Tardó 20 años en hacerlo. Tiempo excesivo, según los expertos, y que además se vuelve en contra de la propia obra, ya que es una variable que se tiene en cuenta a la hora de valorarla (yo al menos sí le doy algo de peso). Un perfeccionista debería ocultar que lo es si no quiere que su trabajo se mire con mayor recelo. Por ejemplo, los cuentos de Borges son la hostia, pero algunos tienen 4 páginas y tardaba meses en acabarlos. No digo que valgan menos por eso, pero tampoco suma. Si al genio que clava obras maestras a la primera se le valora más por ello, lo lógico es que ese parámetro también pondere a la inversa.

Volviendo a Antonio López, pongamos que le hubiesen dado un plazo de 5 años para pintar el cuadro, ¿sería una obra de peor calidad artística? ¿Le habría faltado tiempo para terminarla? ¿El rostro de alguna infanta se habría quedado sin pintar? Lo dudo. Me falta información para afirmar que la mejor versión de esa obra está escondida bajo la pintura de trazos innecesarios realizados durante 15 años, pero tengo la tentación de sospecharlo.

La clave para tardar poco y a la vez hacer bien las cosas es no equivocarse mucho a la primera. Esto parece obvio, pero supongamos que la primera versión de un trabajo, el que sea, tiene un 80% de precisión respecto a la versión ultra revisada de ese mismo trabajo (la mejor versión posible que su autor podría hacer). ¿Merece la pena cortar ahí y darle a enviar o publicar? Obviamente no, hacer revisiones para comprobar la ausencia de errores graves y retocar algunas partes es necesario. Esas primeras revisiones pueden subir la precisión inicial hasta, pongamos, un 90% (los porcentajes me los estoy inventando por la cara, pero se entiende el punto).

Ahora bien, llega un momento que uno le ha dado tantas vueltas a su obra que ya va a ciegas y no sabe si, con cada modificación, está mejorando o empeorando la cosa. Ahí es donde en mi opinión hay que cortar. Click, enviar y listo.

Mientras escribo estas líneas, estoy viendo por ahí arriba palabras subrayadas en rojo por el corrector. Voy a repasar rápido el texto y prometo no cambiar ni una coma de algo que no sea una errata. Este será mi acto de iniciación en esta nueva corriente vital llamada imperfeccionismo.

(Reconozco que he editado el texto después de publicarlo. Entre otras cosas, para aumentar la dificultad del penúltimo ítem de la lista de objetivos…)

Reflexiones

Los saludos y el punto de no retorno

Esta mañana me he cruzado con una antigua compañera de colegio. Hacía varios años que no nos veíamos, unos 15, pero fuimos buenos amigos en la adolescencia. Nos hemos detectado desde lejos, caminábamos en sentidos opuestos y sobre la misma acera, por lo que el cruce era inevitable. A pocos metros, ha sacado el móvil y se ha refugiado en la pantalla de desbloqueo para evitar el saludo (o quizás ha checkeado rápido el WhatsApp, quién sabe). Yo tampoco la he saludado, es cierto, pero sí la he mirado durante los metros fatales a ver si había correspondencia. No la ha habido y cada uno ha seguido su destino.

No la culpo por lo sucedido, de hecho, me parece muy humano. Además, era lunes por la mañana. Pero volviendo a casa le he dado vueltas a la siguiente cuestión:

La última vez que nos vimos fue hace unos 15 años, ¿qué habría pasado si vamos acercando progresivamente la fecha de reencuentro casual desde entonces? ¿En qué punto el no-saludo pasa a sí-saludo? Si, por ejemplo, nos hubiésemos cruzado el año pasado en las mismas circunstancias, ¿habría habido saludo? Lo dudo, habrían pasado 14 años desde la última vez que nos vimos, lo cual sigue siendo mucho tiempo.

¿Y un encuentro fortuito hace 5 años? Eso reduciría la cifra desde la última vez a 10 años. Sigue siendo un tiempo gigante a escala humana, por lo que dudo que hubiésemos interactuado (pantallazo al canto por su parte). Vale, ¿pero entonces en qué punto sí hay saludo? Está claro que no podemos retroceder indefinidamente sin que haya un par de besos en algún momento, porque hace 13 años estoy seguro de que sí habría habido un cariñoso saludo (2 años sin vernos se toleran bien). Esto nos obliga a ir acotando la fecha cada vez más desde los dos extremos hasta que inevitablemente damos con un punto de no retorno. Un día a partir del cual dos personas que se saludan ya no lo hacen jamás. ¿Qué coño pasa ese día? ¿Por qué ya no hay saludo y el día anterior sí lo había? ¿Qué ha cambiado realmente en el inconsciente?

Retorciendo la situación, podríamos incluso tomar el día de no retorno como objeto de estudio y suponer que, dentro de dicho día, hay un instante concreto, una coordenada temporal, donde todo cambia, de forma que, si trasladamos la situación tan solo un segundo (o un cronón) antes o después de dicho instante, pasa de haber saludo a no haberlo. En ese momento, algo hace click en alguna parte, eso está claro, aunque no sepamos el qué.

Reflexiones

Puesta en escena

Todavía no tengo decidido el propósito de este blog, así que voy a ir escribiendo y ya irá tomando forma. Es un proyecto que nace de forma un poco instintiva, sin un sendero marcado, pero siento que necesito pelearme con mis ideas, ordenarlas, y esta es la manera. Parto de inicio con dos normas claras, a partir de ahí, todo vale:

La primera norma consiste en ser tremendamente honesto conmigo. Nada de imposturas, nada de florituras y nada de contenido generado por IA (y si lo hay será bajo aviso). Todo lo que aquí sea publicado estará escrito por alguien real (lo cual no es poco en los tiempos que corren) que piensa de esa manera en ese momento. Cada frase y cada idea, aunque más o menos acertadas, serán fruto de mi pensamiento verdadero. El día que eso deje de cumplirse, cerraré el blog y lo volaré en mil pedazos.

Segunda norma, no voy a utilizar este espacio para difamar o manifestar opiniones faltosas contra nadie. Mis ideas podrán ser arriesgadas, disparatadas o absurdas pero jamás contendrán ataques y faltas de respeto (humor cabrón no cuenta). Si algún día me viese obligado de publicar un mensaje que traspasase alguna línea roja, dicho mensaje estará firmado con mi nombre y apellidos. He dicho.

¿Por qué un blog público y no un diario privado? 

Por varias razones:

En primer lugar, escribir en público me obliga a pensar más. Un tablón digital como este es susceptible de ser leído por otras personas, y eso es suficiente para darle un par de vueltas a cada frase antes de publicarla. Escribir en público propicia la reflexión, la cual es una excelente actividad cognitiva.

A pesar de que la mayoría de mis intereses no tienen nada especial, sí tengo unos pocos no tan frecuentes (al menos entre la gente que conozco). Ya hablaré de esos intereses, pero es un poco tortura no tener amigos con los que hablar de algunas obsesiones. ¡Quién sabe si este blog me ayuda a contactar con gente con idénticas taras mentales!

En resumen:

Reflexionar en público me obliga a salir un poco de mi zona de confort mental y es un filtro poderoso contra el autoengaño y la falta de honestidad. Además, me puede ayudar a contactar con gente que quizás le interese lo que digo (más que hacerlo en una libreta de papel, eso seguro).

¿Por qué escribir de forma anónima? 

Por prudencia inicial. No me gusta escribir bajo pseudónimo, pero es un entorno nuevo y requiere un proceso de adaptación. Tampoco pretendo ocultar mi identidad celosamente. A medida que publique entradas, es posible que sea sencillo dar con mi identidad por algún Sherlock que hubiese en la sala. No me preocupa, no tengo nada que ocultar, así que todo se andará.

Let’s go.

Reflexiones Sin categoría

Aquí no se borra nada

Por razones obvias, iba decidido a borrar las dos primeras entradas del blog, pero las voy terminar dejando. Al fin y al cabo, me han sido muy útiles para ajustar los estilos.

Aquí no se borra nada.

Scroll al inicio